Siempre me he definido como una argentina que tuvo la fortuna de nacer en Venezuela. Crecer entre dos culturas tan ricas me ha dado una identidad única, marcada por costumbres, sabores y experiencias que forman parte de mi vida diaria. En este artículo, quiero compartirte cómo fue ese viaje entre dos mundos, uno en el que aprendí a amar y a sentirme en casa en dos países: Argentina y Venezuela.

Desde pequeña, viví una mezcla constante de tradiciones. En mi casa, éramos argentinos viviendo en Venezuela, y eso nos hacía únicos. Mi familia siempre mantuvo vivas las costumbres argentinas: el fútbol, las empanadas, los asados y las reuniones con amigos que compartían nuestro amor por el sur.

Sin embargo, también nos adaptamos a la vida venezolana. Aprendimos a disfrutar el béisbol, un deporte que al principio nos resultaba extraño, pero que pronto se convirtió en parte de nuestra rutina. El estadio se transformó en un espacio donde no solo veíamos un juego, sino que compartíamos una identidad venezolana que aprendimos a amar.

Con el tiempo, me di cuenta de que mi vida no era simplemente un 50% de Argentina y un 50% de Venezuela. Más bien, cada país aportaba algo diferente a mi identidad, dependiendo del contexto y de las situaciones. Ser de dos mundos me dio la capacidad de adaptarme y sacar lo mejor de cada cultura. A veces, me sentía más argentina; otras, más venezolana. Y eso, en lugar de ser un conflicto, se volvió una fortaleza.

Vivir entre dos mundos también significaba que las vacaciones siempre tenían un doble sentido. Cuando visitábamos Argentina, era un reencuentro con las comidas familiares, el frío, los abrazos de los tíos y la famosa frase: “¡Pero mirá qué grande estás!” Cada regreso a Venezuela, sin embargo, era volver a la calidez tropical, a los amigos que eran más que amigos: eran familia.

Todo cambió en 2019 cuando, a mis casi 40 años, emigré de Venezuela a Argentina con mis dos hijos y mi mamá. Fue en ese momento cuando me di cuenta de cuán venezolana me había vuelto. Si bien siempre me consideré argentina, fue al regresar a mi país de origen cuando descubrí que gran parte de mí estaba profundamente conectada con Venezuela.

La frase que mi papá me decía, “sos caribe y tropical”, nunca fue más cierta. En Argentina, ya no era la misma de antes, y entendí que, más que ser de un lugar o de otro, ahora era una migrante: alguien que debía reconciliarse con ambas partes de sí misma, adaptando lo aprendido en estos dos mundos.

Hoy en día, agradezco profundamente haber tenido la oportunidad de vivir entre dos países. Venezuela me regaló su alegría, sus sabores y sus ritmos, mientras que Argentina siempre fue ese hogar al que podía regresar. Entre asados y arepas, entre fútbol y béisbol, entre bufandas y caribe, me siento completa. Soy una mezcla única, una identidad sin fronteras, y eso me hace sentir orgullosa de quién soy.

Te invito a seguir leyendo sobre cómo esta fusión de culturas marcó mi vida y cómo vivir entre dos mundos puede enriquecer nuestra visión de nuestras propias raíces.

Vivir entre dos mundos es mucho más que simplemente tener dos nacionalidades. Es aprender a apreciar lo mejor de cada cultura, adaptarse a nuevas formas de vida y llevar contigo una mezcla de experiencias que te hacen único. En mi caso, soy el resultado de una Argentina que siempre estuvo presente, pero que fue moldeada por la calidez y el amor de Venezuela.

Gracias por acompañarme en este viaje personal. Si te has sentido identificado, te invito a reflexionar sobre cómo tus propias experiencias han moldeado tu identidad y a compartirlas en los comentarios. ¡Nos leemos pronto!

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